Si de algo me precio es de conocer mis limitaciones. Mis ignorancias, que son muchas; pero nunca creí que por no saber francés, ni la geografía fluvial de nuestra vecina Francia, me podría ver en uno de los más serios apuros de mi vida de corredor.
En
agosto de 1982 regresaba de Suiza (me encontraba en pleno periodo de preparación
para el Maratón de Atenas que se disputaría en octubre) Al paso por Francia y a
unos veinte kilómetros de Valence, le pedí al conductor del autobús que me
dejara allí, para llegar corriendo a Valence y no perder así mi entrenamiento
diario; tomé nota mentalmente del nombre del hotel. “Está en el centro, al lado
mismo del río” me dijo el guía.
En
una hora y media estoy allí, pensé; y comencé a correr con un sol ya en el
ocaso, por caminos vecinales y rurales paralelos al rió lejos de la autovía,
para evitar la circulación. No sé como ocurrió (aún no lo sé), pero el caso es
que en lugar de acercarme a Valence, me fui alejando en sentido contrario y la
ciudad que vislumbraba como Valence era Romans. Había pasado hora y media
corriendo en círculo, regresando casi al mismo punto de partida.
Era
ya noche cerrada: bañado de sudor, en ropas de corredor, sin un franco en el
bolsillo, sin saber hablar francés y, para colmo, sin recordar ni siquiera el
nombre del hotel. Abrumado por la soledad y el miedo, me encontraba en los
arrabales de Romans, en un solitario y
oscuro camino. Abordé al primer transeúnte que acertó a pasar por el camino.
“¡Monsieur,
Monsieur!: ¿Valence?“¿Valence?” repreguntó aquel personaje entre asombrado y temeroso y volviéndose de
espaldas señaló el camino por donde había llegado y se alejó presuroso gritando
“Vingt cinq kilometres” convencido de que había tropezado con un loco. De
inmediato deseché la idea de pedirle dinero para tomar un taxí, no acabará
tomándome por un atracador.
Valence-Francia
Regresé
de nuevo a la autovía en la confianza de que alguien atendiera mi “Auto-Stop”,
pero nadie paró a mis suplicantes y a mi gestos de ayuda; aturdido y deslumbrado
por los fogonazos de los vehículos ascendentes, logré alcanzar el centro de la
ciudad de Valence, perdido y angustiado más por mi mujer y mis hijos que por
mí, preguntando a todos los viandantes insistentemente.
“Monsieur
¿Hotel Perrier à côté “rié” Garoné?. Tan sólo conseguía gestos de confusión e
indiferencia (Actitud lógica por parte de los franceses, ya que ni el hotel era
el Perrier, sino el Centre L´Eperviere, ni el río se dice “rié” en francés sino
fleuve, ni el Garona pasa por Valence, sino el Rodano. Y menos mal que no me entendieron.
Al
fin una luz de neón azul parpadeando en la ribera contraría del río con el
nombre del hotel fue mi salvación. La llegada después de cruzar el río por un
angosto puente del ferrocarril y atravesar sembrados encharcados, perseguido
por los perros de los campesinos, fue conmovedora. Toda la expedición estaba en
el portal, varios hombres habían salido a buscarme. Las mujeres consolaban a mi
mujer y mis hijos y otros habían llamado a hospitales y gendarmerías. Con ellos
dos oficiales de policía franceses uniformados, tratando de organizar la
búsqueda.
Me
oí de todo, increpaciones y hasta algún que otro insulto, incluso los estirados
gendarmes al despedirse, mascullaron algo así como “español loco”. Eran las
doce de la noche, había hecho 45 kilómetros en cuatro horas.
Ese día aprendí tres cosas: la palabra río en
francés, a no confundir el Ródano con el Garona; y a entrenarme siempre que
estoy en el extranjero con unos billetes de ese país envueltos en un plástico.
Y
es que el que no sabe es como el que no ve.
TONI LASTRA
Muy entretenida y divertida!!!! A más de uno le ha sucedido algo parecido.
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ResponderEliminarAntoni Roca
Que gran personaje, tengo el gran honor de conocerlo.Pero ya hace años que no lo veo.Tendré que venir a correr por tierras valencianas.
ResponderEliminarEsther Cariñana Sabater
Yeeerrahhhh q Jovenzuelo mas apañao.....Menuda maquina ......tenemos q aprender muxo de ti...bsts...