He tenido
que saltarme mi costumbre de abstenerme de leer u oír las informaciones de política,
adquirida no por ideología o falta profesionalidad de los periodistas, sino
simplemente por aburrimiento. La muerte de Nelson Mandela me ha dado licencia
por un día para abandonar la costumbre y me ha llevado en desagravio a leer
todos los diarios locales y foráneos a mi alcance en homenaje a Madiba, el abuelo.
Quizás se
pregunten algunos de ustedes qué influencia ha podido tener en mí, un comentarista
de deportes, un aprendiz de escritor y en su día un corredor de distancia
esforzado; pues pienso que lo mismo que en cualquier otra persona de bien. La
vida de Mandela es el paradigma de la magnanimidad y un ejemplo universal de la
reconciliación y el perdón, virtudes que llevarían a cualquier persona a tener
más paz y serenidad en su vida. En cuanto a su vinculación con el deporte,
Mandela siempre creyó que podría ser un motivo para la unidad de su pueblo. Les
hablaré del deporte donde su encanto y convicción lograron el milagro de que el
equipo de Sudáfrica, los Springboks,
fuera campeón de la Copa del Mundo de Rugby en 1995, en el estadio de Ellis
Park de Johannesburgo, una competición organizada ya por el nuevo gobierno
democrático. Venció Sudáfrica al equipo más famoso del mundo, los All Blacks de Nueva Zelanda.
Pero abordo
de inmediato la película que, en clave de drama deportivo y dirigida por Clint
Eastwood, narra los pasos de esa competición y de la influencia que tuvo en su
país, que por primera vez logró ver unidas a la minoría blanca y a la población
negra, luchando por un mismo fin, la victoria de los Springboks.
Como ni
tengo el talento ni la autoridad para hacer una elegía de Madiba, me limitaré a remitirles a lo que personas preparadas,
hombres y mujeres ilustres, dijeron de él. Es el hombre más grande del siglo
XX, intemporal para muchos.
La Copa del Mundo de Rugby y la película Invictus
Tras ser
liberado de la prisión de Robben Island en 1990, Mandela llegaría poco después
a la presidencia de la nación. Pensó en seguida que la Copa del Mundo de Rugby
de 1995 podía ser una plataforma ideal para integrar al pueblo en su política
de perdón y, para ello, debía incorporar a los Springboks, que estaban en uno de sus peores momentos de forma y
desacreditados ante la mayoría negra que acudía a los partidos a abroncarlos
por considerarlos el equipo del aparteheid,
en el cual solo juega un negro. Conocido por todos que La Copa Mundial de Rugby
está a un año de su celebración, Mandela logra el pláceme del Comité de
Deportes Sudafricano y manda llamar para exponerle su plan al capitán del
equipo de los Springboks, François
Pienaar, a una reunión, en la que le informa de la pretensión de que su equipo
sea el vencedor de la copa mundial. Sería un factor decisivo de la
reunificación de la nación.
Pienaar, capitán
de los Springboks, y sus compañeros
de equipo se ponen en marcha para cumplir lo pactado con Mandela como doble
objetivo, que no es otro que entrenar con dureza y disciplina para afrontar la
Copa del Mundo y llevar a cabo el mensaje del gobierno de fomentar el rugby en
las comunidades negras en programadas sesiones de entrenamiento. Entre tanto,
muchos ciudadanos de ambas razas tienen sus reticencias y no creen que el rugby
sea el factor conciliador que se pretende en una nación enfrentada durante
medio siglo. Pero Mandela y Pienaar están cada vez más convencidos de que el
rugby puede ser el juego que una su país.
El
destino, cada vez más favorable, parece tomar la deriva favorable en la que
cada vez más firmemente siguen creyendo Mandela y Pienaar. En los juegos de
apertura, el apoyo a los Springboks de la población negra es más evidente; tras
las primeras victorias, los ciudadanos blancos y negros apoyan sin fisuras a
Mandela y Pienaar. De repente, como por ensalmo, las predicciones de los más
optimistas se transforman en realidad y dan con los Springboks como finalistas contra los All Blacks, en aquella época considerados el mejor equipo del
planeta.
Los Springboks tienen programados dos espectaculares
golpes de publicidad; primero la visita a la isla de Robben, donde durante el
mandato del gobierno segregacionista del apartheid
sufrió Mandela casi treinta años de condena. La visita emociona a Pienaar, que
se pregunta de qué pasta está hecho Mandela, capaz de perdonar a aquellas
personas que lo tuvieron encarcelado casi treinta años.
El
segundo golpe de publicidad sucede ya en el estadio de Ellis Park, abarrotado
de una multitud de seguidores ya de por vida de los Springboks. A punto de comenzar el juego, con François Pienaar
arengando aún a sus jugadores, tras un espectacular estruendo, aparece un avión
de pasajeros en vuelo rasante que lleva el siguiente mensaje escrito en su
fuselaje: “Buena suerte, Springboks”.
La buena suerte deseada se hace una realidad más. Los Springboks ganan el partido, con un final que no hubiera hecho ni
el más distinguido guionista de Hollywood. Ganan el juego en el último minuto,
con un golpe de patada de campo de Joel Stransky y un marcador de 15-12. Las
frases del poema Invictus se
escuchan…
Quisiera
contarles como despedida de este apartado unas frases de François Pienaar y el presidente
Mandela. Pienaar le dice a Mandela: “Muchas gracias, señor presidente, por su
ayuda a los Springboks”, a lo que contestó
Mandela: “Gracias a usted, François, por ayudar a su país”.
Invictus, la película
Era de
esperar que la industria cinematográfica no perdiera la posibilidad de producir
una gran película sobre una historia tan sugestiva. Invictus es la película de un drama deportivo, dirigida por Clint
Eastwood y protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon en los papeles de
Mandela y Pienaar. La historia está basada en el libro de John Carlin, Playing the Enemy: Nelson Mandela and the
Game that Changed a Nation. La película trata de los acontecimientos en
Sudáfrica durante la Copa Mundial de Rugby.
La
película fue lanzada en diciembre del año 2009 con el título de Invictus, un poema del inglés William
Ernest Henley, nacido en Gloucester, contemporáneo de Robert Louis Stevenson,
con el que le unía una gran amistad, que les llevo a escribir varias obras en
conjunto. Henley tuvo una vida marcada por la desgracia: enfermo de
tuberculosis, que derivó en la amputación de una pierna, demostró una entereza
en no rendirse y conservar una dignidad ejemplar. Su poema Invictus, que llevaba siempre consigo, le ayudó a Mandela a
soportar los duros años de prisión en la isla de Robben. Personalmente, cuando
publiqué en 2010 el tercer libro de la trilogía La columna de Andrópolis, lo seleccioné como prefacio, que me
permito trasladar aquí. Imaginen a Mandela poniendo voz a su alma en los
desgarrados versos de William Ernest Henley.
Invictus
De la noche que me concierne, fuera,
Oscura como la extremada sima,
Agradezco a los dioses que convengan
A mi alma inconquistable.
En el siniestro abrazo de la hora
Ni me he estremecido, ni implorado.
Bajo los tumbos del azar, cruenta,
Se yergue mi cabeza.
Allende este lugar de ira y lágrimas
No se ve sino el Horror de la sombra,
Y de los años la amenaza, empero,
Ha de encontrarme impávido.
No importa que la puerta sea estrecha
Ni el castigo que los cargos merezcan,
Yo soy el vencedor de mi destino;
De mi alma, capitán.
Toni Lastra