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miércoles, 3 de diciembre de 2014

LA COLUMNA DE TONI LASTRA. Cap.46: UNA SIERRA CON NOMBRE DE MUJER



La Sierra Calderona desciende en dirección NO-SE perpendicularmente hacia el Méditerráneo, y constituye la última estribación del Sistema Ibérico, tras la sierra de Javalambre. La Calderona ha recibido a lo largo de los tiempos distintas denominaciones según los muy diversos criterios de los escritores que la han versado en sus escritos. Determinar cuando nació con el nombre que hoy ostenta, sería motivo de un interesante debate, siendo comúnmente aceptado el de La Calderona. Que proviene de una leyenda o historia muy arraigada en el pueblo, que viene a darle el nombre de Sierra Calderona según la leyenda de la famosa comediante y amante del Rey Felipe IV, María Calderón, “La Calderona”

María Calderon “La Calderona”

María Calderón, fue una actriz, rica en gracias y donaires, según cuenta el poeta Juan Arolas, en su libro Poemas Caballerescos y Orientales en 1850. María fue la amante favorita del Rey Felipe IV, del cual se decía que tuvo más de cincuenta amantes y otros tantos hijos bastardos. Los versos de Juan Arolas, narran la historia según la cual el propio Rey sorprendió a La Calderona en compañía de su amante Ramiro, Duque de Torres. Tal agravio al monarca le provocó un ataque de cólera al sentirse engañado y ordenó a su valido, el Conde Duque de Olivares, que recluyera a la actriz en el tenebroso Convento de Valfermoso en Guadalajara que era algo así como una prisión en la que acababan las amantes del Rey que habían tenido algún devaneo amoroso: Ya que la dama que había sido del Rey, después solamente podía pertenecer a Dios.
Pero María que era una mujer de rompe y rasga y no estaba dispuesta a acabar sus días como monja. La prenda que los hombres del Conde Duque exigían eran las trenzas doradas de La Calderona, que supuestamente le tenían que cortar al ingresar en el Convento. Pero la leyenda, el mito y el deseo del pueblo cuentan que los custodios que tenían que recluir a María en Valfermoso, fueron sorprendidos por una cuadrilla de bandoleros que, a los que se denominaban en Valencia “roders”, raptaron a María y le entregaron a los soldados una caballera rubia de alguna amante o familiar de aquella banda de salteadores, para que pasara por la de María.
Como aparece María por los montes que mas tarde llevarían su nombre, como desaparece de La Alcarria y aparece por las abruptas sendas de La Calderona, es parte de la leyenda inexplicada. Pero María que era una mujer valiente acabó siendo la Capitana de aquella temible banda de bandoleros, que por entonces asolaba los caminos de la Calderona. De hecho la toponimia actual todavía conserva nombres, como La Cova dels Lladres, el Pas de la Comedianta, yendo a refugiarse por los caminos de Gilet a Rafelbunyol o en una casa de labor al pie de La Mola de Segart, próximo a la Font dels Ullalets.

 Monasterio de Valfermoso 

 Lógicamente la versión oficial fue otra. María ingresó en el Convento de Valfermoso y llevó una piadosa existencia el resto de su vida. Aquel trueno de mujer, acabo siendo la Abadesa del Convento.

El corredor competitivo 

En la época en que yo ejercía de corredor competitivo consideraba como esencial que mi preparación tuviera La Calderona como palenque, hice de La Calderona mi campo de pruebas y pase por esos lugares de madrugada o por el mismo Monasterio de Portaceli, cuando la campana tocaba a maitines. El resto del día tenía que trabajar. Así era y fue por mucho tiempo.
Debo decirles que yo no era el único loco que como los gitanos de Lorca iba por los montes solo, en más de una ocasión me aparecieron envueltos en la tenue luz del amanecer otros alborados atléticos, como Vicente Raga Gabarda, que tras la dura faena de la estiba portuaria antes de regresar a su casa se fajaban con las farragosas cuestas de La Calderona o José Carlos de Miguel un afamado abogado y un corredor duro como el pedernal. Naturalmente que a mi mujer le decía que iba al cauce del río, que era donde iban los corredores normales. Y no es que tuviera miedo de ir en solitario por aquellos lugares, de lo que tenía miedo era de dar un traspié y acabar en el fondo de un barranco y no me encontraran. 

La mujer fantasma 

Hubo otra mujer que también se hizo famosa en La Calderona. Vivía en una cueva y solía salir de madrugada con un sayal que debió ser blanco alguna vez. Abandonaba su cubil, a disputar con las alimañas los despojos y basuras. Tenía cabeza calva con algunas greñas y por calzado unas botas sin cordones, que le daban un aspecto demoníaco. Recuerdo que en cierta ocasión el hambre le hizo bajar hasta las zonas de recreo a recoger las sobras de las mesas. Me dio tanta pena, que le dije si quería comida, ofrecimiento que la hizo también Vicente Raga y por toda respuesta me contesto con un gruñido y sus ojos le brillaron como tizones en un pavoroso gesto de odio. 
De este suceso, escribí una columna que mas tarde apareció en uno de los libros de la trilogía de La Columna de Andrópolis. Pero por lo especial la recuento por si hubiera alguién que no lo conoce.
Como todos los miércoles llegué a la Zona de Recreo de Portaceli. Era aun noche cerrada, las brisas tramontanas de levante traían de las cercanas playas un aroma a salitre y brea y un coro lejano de ladridos de las casas de los labradores. Como contrapunto a aquella sinfonía del amanecer, como diría Lorca, “la piqueta de los gallos herían la madrugada”. 
Mi plan era el de casi siempre, que no disponía de mucho tiempo: Ascendería hasta el Monasterio, dejando atrás el Pi de la Bassa y después llegaría a la Font del Marge y regreso. Ya había rebasado el Monasterio y corría a la altura de La Pobleta. Me sentía como Smith, el ladronzuelo de la novela de Allan Sillitoe, “La soledad del corredor de fondo” como “el único hombre sobre la tierra” En esos momentos me consideraba el mas feliz de los mortales. Corría sin temor alguno, ingrávido y libre. Me conocía todas las piedras del camino y a pesar de la oscuridad apercibía cualquier peligro. De repente descendiendo por el camino hacia mí apareció evanescente figura de la mujer fantasma. Me quede paralizado, se me secó la saliva y el pelo se me puso de punta. Estaba aterrorizado con los pies clavados incapaz de avanzar o tomar la huida, tan solo salio de mi reseca garganta unas palabras entrecortadas: ¡La mujer fantasma! Y haciendo un esfuerzo me giré en redondo y emprendí una loca carrera hacía la explanada de la salida. Corría más veloz que nunca lo había hecho… y llegue exhausto esperando que de una vez por todas amaneciera. Recobrado el entendimiento y con la llegada de las primeras luces, inicie la subida de nuevo, ni la mujer fantasma, ni nadie iba a ser capaz de que no cumpliera el plan previsto. Cuando llegué al lugar de la aparición, me di cuenta de lo infundados que habían sido mis temores, enredado a un arbusto del camino un gran plástico blanco se movía por las brisa matinal... Y es que como decía Epicteto: “De lo que hay que tener miedo, es del propio miedo”. Poco tiempo después, la mujer fantasma murió y hoy tan sólo queda el recuerdo póstumo de su triste historia Pero hubo hace muchos años otra historia que sitúa su ejemplar vida como contrapunto entre la licenciosa María Calderón y la demente existencia de la mujer fantasma............


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