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miércoles, 16 de enero de 2013

LA COLUMNA DE TONI LASTRA. Cap. XXVI; GUAPOS


 Los tiempos cambian, todo es mutable; la imagen clásica que siempre se había tenido del maratoniano también ha cambiado. Yo hasta ahora, me había sentido muy satisfecho de ser arquetipo del maratoniano; pequeño mal terminado, como si me hubieran comprado en las rebajas, flaco como un galgo (como el mítico confitero de Capri, Dorando Pietro, el descalificado vencedor del maratón olímpico de Londres o como Spiridón Louis , el pastor griego triunfador del primer maratón de las olimpiadas modernas, en 1896), pero ya no es así, las razas mejoran, los niños comenzaron a comer y crecer, tomaron vitaminas y sus papas les llevaron a las ortodoncias y a las ortopedias, no como a los del 36, que si eran dentones o zambos, poco importaba, pues lo importante, lo único importante era comer de caliente.

         Y no solo en esto esta el cambio, ya nadie usa equipaciones desaliñadas; hoy hay corredores, que son auténticos Petronios. Sus atuendos deportivos son casi modelos de alta costura. De ellos quiero hablar.

         Hace unos meses, media hora antes de una carrera veraniega, me encontraba sentado en el suelo untándome de embrocación mis artrosicas rodillas, cuando se me acercó un conocido corredor, famoso por su vestimenta tan cara como elegante. Venía enfundado en un chándal de “táctel” azul turquesa, con hombreras color malva, que le confería una apariencia de príncipe de opereta; y calzado con unas chanclas ortopédicas a juego con el chándal, parecía mas un patrón de yate entrando en un selecto y reservado club de regatas, que un corredor de distancia.

         Con estudiada displicencia, se desembarazó de la espectacular bolsa de deporte, a la vez que sacaba una caja de zapatillas de la mejor marca del mercado.

         “Ahora verás que zapatillas me he comprado, Lastrita” (siempre me llamaba así, aunque podría ser su padre y , si se apura, hasta su abuelo) , me dijo mientras se miraba de soslayo en las vidrieras de un escaparate con gesto complacido como queriendo decir: “Señor, lo hiciste todo perfecto, pero conmigo te excediste”


         De pronto su gesto cambió y una sombra de pánico se apoderó de su rostro; abrió la caja, rebusco en la bolsa, entre el chándal, las vaselinas, toallas , vendas, cintas para el pelo, guantes y pañuelos de seda para el cuello, cremas hidratantes y demás sortilegios embellecedores; pero la búsqueda resultó infructuosa.

         El hombre 10, el Adonis del asfalto, el arbitro de la elegancia, se había olvidado en casa lo más importante: las zapatillas.

                                                                                                     Toni Lastra

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