Hace unos días el presidente de Correliana, me
manifestaba que algunos de nuestros lectores habituales, le solicitaban que
sería de interés que de vez en cuando publicáramos alguna de las columnas
antiguas que según nuestro criterio tuvieron mayor acogida y a la cual no
tuvieron acceso. Así lo haremos esporádicamente, sin atenernos a fechas
determinadas. valga la que publicamos hoy como referencia.
La creu de l'oronet
A principios de la primavera
de 2002 escribí una columna sobre mi primera ascensión al pico de La Creu,
también conocido como Monte Sierro o el Oronet. Este pico, ubicado en el
término de Serra, siempre había suscitado mi interés. En mi época de corredor,
cuando subía corriendo hacia la Font del Llentiscle, levantaba la vista hacia
esa cumbre y la adivinaba coronada por una cruz; en días diáfanos pude
comprobar con claridad que era efectivamente una cruz: la Creu del Oronet.
En esa columna decía que esta
cumbre de 742 metros de altitud es un mirador espléndido, tan majestuoso como el
Garbí, pero afortunadamente inaccesible a vehículos de turismo, por lo que hay
que ganarse la cima a golpe de zapatilla, tras tres horas de caminata (ida y
vuelta) desde Serra. Desde su rocosa atalaya, dicen que en días limpios de
bruma se divisa Javalambre, Penyagolosa, las islas Columbretes, Ibiza y el
Montgó. Yo vi las tierras bajas, con sus campos y poblaciones que se pierden en
la lontananza de las costas.
Decía de la cruz que se erigía ruinosa, justo encima del refugio de caminantes; en su día fue de hormigón armado, embellecida con cuentas de vidrio y espejos para que reluciera y fuera vista desde la lejanía. En aquella primavera de 2002, la cruz, erosionada por los vientos, descubría el esqueleto de sus barras de hierro robiznado que se cimbreaban con las rachas, con la amenaza cierta de ser abatida como un gigante herido. En su pedestal perduraba del pillaje un casalicio con una pequeña imagen de la Virgen de los Desamparados, descabezada por la vileza de algún iconoclasta.
Decía de la cruz que se erigía ruinosa, justo encima del refugio de caminantes; en su día fue de hormigón armado, embellecida con cuentas de vidrio y espejos para que reluciera y fuera vista desde la lejanía. En aquella primavera de 2002, la cruz, erosionada por los vientos, descubría el esqueleto de sus barras de hierro robiznado que se cimbreaban con las rachas, con la amenaza cierta de ser abatida como un gigante herido. En su pedestal perduraba del pillaje un casalicio con una pequeña imagen de la Virgen de los Desamparados, descabezada por la vileza de algún iconoclasta.
Antes que esta cruz cuentan que
se alzaba otra, una simple cruz de hierro que guardaba en su base una arqueta;
según la tradición, custodiaba unas reliquias de Tierra Santa. A esta cruz se
aclamaban los habitantes de la serranía para que los protegiera de los
pedriscos y tormentas. Los marineros la consideraban un punto de orientación en
su cabotaje, tal como se muestra en el mapa geognóstico de la extensión
submarina, entre los cabos de Canet y Cullera, razado en 1894 por el piloto de
la marina mercante Vicente Cubells.
Quedamos tan fascinados por los
encantos de aquella cumbre, de su serena belleza y de su paz, que los tres
amigos que subimos decidimos volver de nuevo, lo que cumplimos casi un año
después, a finales del invierno de 2003.
Cuaderno de
caminantes
Lo habíamos decidido en el
entretanto del descenso a Serra: cuando volviéramos al pico de la Creu
llevaríamos con nosotros un cuaderno en blanco para que los caminantes que
llegaran a la cumbre anotaran sus impresiones, con una llamada a modo de
prólogo para que no degradaran el entorno y respetaran los símbolos. Con esta
esperanza lo depositaríamos entre las rocas del refugio.
¡Qué gran decepción cuando
regresamos tiempo después! La cruz yacía derrumbada, el retablo de la Virgen
estaba roto por la base y esparcidos sus fragmentos. Fortalecidos en el
propósito de que los caminantes rellenaran las hojas en blanco del cuaderno y
se convirtieran en transmisores de nuestro comunicado, lo dejamos debidamente
estuchado al abrigo del refugio. Nos marchamos con el ánimo sombrío, ya que si
no habían respetado la naturaleza ni los símbolos religiosos, difícilmente
podríamos esperar que cuidaran el cuaderno en su estuche y el bolígrafo.
Pero estábamos equivocados. Por
alguna razón que aún no acierto a explicarme, cuando retornamos tiempo después,
expectantes por comprobar cómo habían tratado el cuaderno, quedamos
sorprendidos de que la mala gente que degrada el entorno, el porcus bipedus,
hubiera respetado la libreta de los mensajes. Había leyendas de todo tipo.
Unos pedían que no se arreglasen
los caminos para que no subieran los coches; otros atacaban sin piedad a los
que ensucian el monte; otros transcribían encendidas soflamas políticas o
deportivas. Todos estaban impresionados con el paisaje. Escribían en
valenciano, en castellano y había anotaciones en inglés, en checo y en
portugués. Todos prometían volver a subir. En un poema, alguien daba gracias a
Dios por lo que ha creado y otro replicaba que Dios no existe y que no debería
haber símbolos religiosos. Otro le contradecía argumentando que ni Dios ni la
Virgen tenían la culpa de sus frustraciones. Escribían ancianos y niños que
apenas saben juntar las letras. Había elegías amorosas, cantos de libertad y
también expresiones groseras. Había un testimonio conmovedor de un ciego que anotaba
el silencio de la cumbre. Muchos creyentes pedían la restauración de la cruz.
Retorno a la cumbre
Desde aquella visita al pico de
la Creu que hicimos Andrés Martínez, Vicente Raga y yo, muchas han sido las
ocasiones en que Raga, custodio y repostador de los cuadernos, ha subido a la
cumbre para que nunca faltase el cuaderno. La buena noticia surgió hace unos
meses, cuando el amigo Pepe Ginés, del Ayuntamiento de Serra y socio de
Correcaminos, nos dijo que el municipio había decidido restaurar el lugar y
colocar una nueva cruz.
Llegó el día 8 de mayo, previsto
para la colocación de la cruz. Cuando llegamos al pie del último repecho, ya
había curiosos y devotos que ascendían a la cumbre. La llegada fue
reconfortante. Toda la zona había sido desbrozada y despejada. Parecía
preparada para la colocación de la cruz en el mismo sitio donde estuvieran la
inicial de hierro y la que conocimos de hormigón armado, abatida por las
fuerzas de la naturaleza.
Nuevos tiempos, nuevas
soluciones. La cruz llegó suspendida de un helicóptero, que, en una maniobra
perfecta, la colocó en el vástago dispuesto al efecto, entre un remolino de
polvo y el aplauso y los vítores de los concurrentes. La cruz es de hierro
prismático, con todas sus facetas espejadas, más alta que la anterior, estrecha
y esbelta y reforzada en sus brazos.
Cuando apareció en el cielo,
portada como símbolo del cristianismo, me habría gustado tener la fe de los
creyentes para creer que con este signo se puede erradicar la violencia, pero,
de momento, sólo deseo que la respeten. La gente piadosa de Serra ha luchado
por su restauración.
Toni Lastra
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