"UNA SIERRA CON NOMBRE DE MUJER"
María Calderón “La Calderona”
María Calderón,
fue una actriz rica en gracias y donaires, según cuenta el poeta Juan Arolas en
su libro Poemas Caballerescos y Orientales en 1850. María fue la amante
favorita del Rey Felipe IV, del cual se decía que tuvo más de cincuenta amantes
y otros tantos hijos bastardos. Los versos de Juan Arolas, narran la historia
según la cual el propio Rey sorprendió a La Calderona en compañía de su amante
Ramiro, Duque de Torres. Tal agravio al monarca le provocó un ataque de cólera
al sentirse engañado y ordenó a su valido, el Conde Duque de Olivares, que
recluyera a la actriz en el tenebroso Convento de Valfermoso en Guadalajara,
que era algo así como una prisión en la que acababan las amantes del Rey que
habían tenido algún devaneo amoroso. Ya que la dama que había sido del Rey,
después solamente podía pertenecer a Dios.
Pero María, que era una mujer de rompe y rasga, no
estaba dispuesta a acabar sus días como monja. La prenda que los hombres del
Conde Duque exigían eran las trenzas doradas de La Calderona, que supuestamente
le tenían que cortar al ingresar en el Convento. Pero la leyenda, el mito y el
deseo del pueblo, cuentan que los custodios que tenían que recluir a María en
Valfermoso, fueron sorprendidos por una cuadrilla de bandoleros que raptaron a
María y entregaron a los soldados una cabellera rubia de alguna amante o
familiar de aquella banda de salteadores, para que pasara por la de María.
Cómo aparece María por los montes que más tarde
llevarían su nombre, cómo desaparece de La Alcarria y aparece por las abruptas
sendas de La Calderona, es parte de la leyenda inexplicada. Pero María, que era
una mujer valiente, acabó siendo la
Capitana de aquella temible banda de bandoleros que por entonces asolaba
los caminos de la Calderona. De hecho la toponimia actual todavía conserva
nombres, como La Cova dels Lladres, el Pas de la Comedianta, yendo a refugiarse
por los caminos de Gilet a Rafelbunyol o en una casa de labor al pie de La Mola
de Segart, próximo a la Font dels Ullalets.
Lógicamente la versión oficial fue otra: María
ingreso en el Convento de Valfermoso y llevó una piadosa existencia el resto de
su vida. Aquel trueno de mujer, acabó
siendo la Abadesa del Convento.
El corredor competitivo
En la época en que yo ejercía de corredor competitivo
consideraba como esencial que mi preparación tuviera La Calderona como
palenque. Hice de La Calderona mi campo de pruebas y pasé por esos lugares de
madrugada o por el mismo Monasterio de Portacoeli, cuando la campana tocaba a
maitines. El resto del día tenía que trabajar. Así era y fue por mucho tiempo.
Debo decirles que no era yo el único loco que, como
los gitanos de Lorca, “iba por los montes solo”. En más de una ocasión me
aparecieron envueltos en la tenue luz del amanecer otros alboreados atléticos,
como Vicente Raga Gabarda quien, tras la dura faena de la estiba portuaria,
antes de regresar a su casa, se fajaban con las farragosas cuestas de La Calderona.
O José Carlos de Miguel, un afamado abogado y un corredor duro como el
pedernal. Naturalmente que a mi mujer le decía que iba al cauce del río, que
era donde iban los corredores normales. Y no es que tuviera miedo de ir en
solitario por aquellos lugares; de lo que tenía miedo era de dar un traspié y
acabar en el fondo de un barranco y no me encontraran.
La mujer fantasma
Hubo otra mujer que también se hizo famosa en La
Calderona: Vivía en una cueva y solía salir de madrugada con un sayal que debió
ser blanco alguna vez. Abandonaba su cubil para disputar con las alimañas los
despojos y basuras. Tenía cabeza calva con algunas greñas y por calzado unas
botas sin cordones, que le daban un aspecto demoníaco. Recuerdo que en cierta
ocasión el hambre le hizo bajar hasta las zonas de recreo a recoger las sobras
de las mesas. Me dio tanta pena, que le dije si quería comida; por toda
respuesta me contestó con un gruñido y sus ojos le brillaron como tizones en un
pavoroso gesto de odio.
De este suceso, escribí una columna que más tarde
apareció en uno de los libros de la trilogía “La Columna de Andrópolis”. Pero
por lo especial de esta historia, la recuento por si alguien no lo conoce.
Como todos los miércoles, llegué a la zona de recreo
de Portacoeli. Era aún noche cerrada, las brisas tramontanas de levante traían
de las cercanas playas un aroma a salitre y brea, y un coro lejano de ladridos
de las casas de los labradores. Como contrapunto a aquella sinfonía del
amanecer, como diría Lorca, “la piqueta de los gallos herían la madrugada”.
Mi plan era el de casi siempre que no disponía de
mucho tiempo: Ascendería hasta el Monasterio, dejando atrás el Pi de la Bassa y
después llegaría a la Font del Marge y regreso. Ya había rebasado el Monasterio
y corría a la altura de La Pobleta. Me sentía como Smith, el ladronzuelo de la
novela de Allan Sillitoe, “La soledad del corredor de fondo” como “el único
hombre sobre la tierra”. En esos momentos me consideraba el más feliz de los
mortales. Corría sin temor alguno, ingrávido y libre. Me conocía todas las
piedras del camino y, a pesar de la oscuridad, apercibía cualquier peligro. De
repente descendiendo por el camino hacia mí, apareció la evanescente figura de
la mujer fantasma.
Me quedé paralizado, se me secó la saliva y el pelo
se me puso de punta. Estaba aterrorizado con los pies clavados incapaz de avanzar
o tomar la huida, tan sólo salieron de mi reseca garganta unas palabras
entrecortadas: ¡La mujer fantasma! Y haciendo un esfuerzo giré en redondo y
emprendí una loca carrera hacía la explanada de la salida. Corría más veloz que
nunca lo había hecho… y llegué exhausto esperando que de una vez por todas
amaneciera. Recobrado el entendimiento y con la llegada de las primeras luces,
inicie la subida de nuevo. Ni la mujer
fantasma, ni nadie iba a ser capaz de que no cumpliera el plan previsto.
Cuando llegué al lugar de la aparición, me di cuenta
de lo infundados que habían sido mis temores; enredado a un arbusto del camino,
un gran plástico blanco se movía empujado por las brisa matinal...
Y es que como decía Epicteto: “De lo que hay que
tener miedo, es del propio miedo”.
Toni
Lastra
Ya no voy a subir de la misma forma hasta la Font del Magre, con la veces que he estado por allí y no conocía en absoluto nada de estas historias, ansioso de conocer mas de este paraíso natural como es La Calderona....me encantan tus relatos.
ResponderEliminarm'ancanta la calderona,ara mes.
ResponderEliminarChapo, me ha encantado la historia!!
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