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lunes, 16 de diciembre de 2013

LA COLUMNA DE TONI LASTRA (cap. 40): MADIBA MANDELA

He tenido que saltarme mi costumbre de abstenerme de leer u oír las informaciones de política, adquirida no por ideología o falta profesionalidad de los periodistas, sino simplemente por aburrimiento. La muerte de Nelson Mandela me ha dado licencia por un día para abandonar la costumbre y me ha llevado en desagravio a leer todos los diarios locales y foráneos a mi alcance en homenaje a Madiba, el abuelo.
Quizás se pregunten algunos de ustedes qué influencia ha podido tener en mí, un comentarista de deportes, un aprendiz de escritor y en su día un corredor de distancia esforzado; pues pienso que lo mismo que en cualquier otra persona de bien. La vida de Mandela es el paradigma de la magnanimidad y un ejemplo universal de la reconciliación y el perdón, virtudes que llevarían a cualquier persona a tener más paz y serenidad en su vida. En cuanto a su vinculación con el deporte, Mandela siempre creyó que podría ser un motivo para la unidad de su pueblo. Les hablaré del deporte donde su encanto y convicción lograron el milagro de que el equipo de Sudáfrica, los Springboks, fuera campeón de la Copa del Mundo de Rugby en 1995, en el estadio de Ellis Park de Johannesburgo, una competición organizada ya por el nuevo gobierno democrático. Venció Sudáfrica al equipo más famoso del mundo, los All Blacks de Nueva Zelanda.
Pero abordo de inmediato la película que, en clave de drama deportivo y dirigida por Clint Eastwood, narra los pasos de esa competición y de la influencia que tuvo en su país, que por primera vez logró ver unidas a la minoría blanca y a la población negra, luchando por un mismo fin, la victoria de los Springboks.
Como ni tengo el talento ni la autoridad para hacer una elegía de Madiba, me limitaré a remitirles a lo que personas preparadas, hombres y mujeres ilustres, dijeron de él. Es el hombre más grande del siglo XX, intemporal para muchos.

La Copa del Mundo de Rugby y la película Invictus

Tras ser liberado de la prisión de Robben Island en 1990, Mandela llegaría poco después a la presidencia de la nación. Pensó en seguida que la Copa del Mundo de Rugby de 1995 podía ser una plataforma ideal para integrar al pueblo en su política de perdón y, para ello, debía incorporar a los Springboks, que estaban en uno de sus peores momentos de forma y desacreditados ante la mayoría negra que acudía a los partidos a abroncarlos por considerarlos el equipo del aparteheid, en el cual solo juega un negro. Conocido por todos que La Copa Mundial de Rugby está a un año de su celebración, Mandela logra el pláceme del Comité de Deportes Sudafricano y manda llamar para exponerle su plan al capitán del equipo de los Springboks, François Pienaar, a una reunión, en la que le informa de la pretensión de que su equipo sea el vencedor de la copa mundial. Sería un factor decisivo de la reunificación de la nación.
Pienaar, capitán de los Springboks, y sus compañeros de equipo se ponen en marcha para cumplir lo pactado con Mandela como doble objetivo, que no es otro que entrenar con dureza y disciplina para afrontar la Copa del Mundo y llevar a cabo el mensaje del gobierno de fomentar el rugby en las comunidades negras en programadas sesiones de entrenamiento. Entre tanto, muchos ciudadanos de ambas razas tienen sus reticencias y no creen que el rugby sea el factor conciliador que se pretende en una nación enfrentada durante medio siglo. Pero Mandela y Pienaar están cada vez más convencidos de que el rugby puede ser el juego que una su país.
El destino, cada vez más favorable, parece tomar la deriva favorable en la que cada vez más firmemente siguen creyendo Mandela y Pienaar. En los juegos de apertura, el apoyo a los Springboks de la población negra es más evidente; tras las primeras victorias, los ciudadanos blancos y negros apoyan sin fisuras a Mandela y Pienaar. De repente, como por ensalmo, las predicciones de los más optimistas se transforman en realidad y dan con los Springboks como finalistas contra los All Blacks, en aquella época considerados el mejor equipo del planeta.
Los Springboks tienen programados dos espectaculares golpes de publicidad; primero la visita a la isla de Robben, donde durante el mandato del gobierno segregacionista del apartheid sufrió Mandela casi treinta años de condena. La visita emociona a Pienaar, que se pregunta de qué pasta está hecho Mandela, capaz de perdonar a aquellas personas que lo tuvieron encarcelado casi treinta años.
El segundo golpe de publicidad sucede ya en el estadio de Ellis Park, abarrotado de una multitud de seguidores ya de por vida de los Springboks. A punto de comenzar el juego, con François Pienaar arengando aún a sus jugadores, tras un espectacular estruendo, aparece un avión de pasajeros en vuelo rasante que lleva el siguiente mensaje escrito en su fuselaje: “Buena suerte, Springboks”. La buena suerte deseada se hace una realidad más. Los Springboks ganan el partido, con un final que no hubiera hecho ni el más distinguido guionista de Hollywood. Ganan el juego en el último minuto, con un golpe de patada de campo de Joel Stransky y un marcador de 15-12. Las frases del poema Invictus se escuchan…
Quisiera contarles como despedida de este apartado unas frases de François Pienaar y el presidente Mandela. Pienaar le dice a Mandela: “Muchas gracias, señor presidente, por su ayuda a los Springboks”, a lo que contestó Mandela: “Gracias a usted, François, por ayudar a su país”.
  
Invictus, la película

Era de esperar que la industria cinematográfica no perdiera la posibilidad de producir una gran película sobre una historia tan sugestiva. Invictus es la película de un drama deportivo, dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon en los papeles de Mandela y Pienaar. La historia está basada en el libro de John Carlin, Playing the Enemy: Nelson Mandela and the Game that Changed a Nation. La película trata de los acontecimientos en Sudáfrica durante la Copa Mundial de Rugby.
La película fue lanzada en diciembre del año 2009 con el título de Invictus, un poema del inglés William Ernest Henley, nacido en Gloucester, contemporáneo de Robert Louis Stevenson, con el que le unía una gran amistad, que les llevo a escribir varias obras en conjunto. Henley tuvo una vida marcada por la desgracia: enfermo de tuberculosis, que derivó en la amputación de una pierna, demostró una entereza en no rendirse y conservar una dignidad ejemplar. Su poema Invictus, que llevaba siempre consigo, le ayudó a Mandela a soportar los duros años de prisión en la isla de Robben. Personalmente, cuando publiqué en 2010 el tercer libro de la trilogía La columna de Andrópolis, lo seleccioné como prefacio, que me permito trasladar aquí. Imaginen a Mandela poniendo voz a su alma en los desgarrados versos de William Ernest Henley.

Invictus

De la noche que me concierne, fuera,
Oscura como la extremada sima,
Agradezco a los dioses que convengan
A mi alma inconquistable.

En el siniestro abrazo de la hora
Ni me he estremecido, ni implorado.
Bajo los tumbos del azar, cruenta,
Se yergue mi cabeza.

Allende este lugar de ira y lágrimas
No se ve sino el Horror de la sombra,
Y de los años la amenaza, empero,
Ha de encontrarme impávido.

No importa que la puerta sea estrecha
Ni el castigo que los cargos merezcan,
Yo soy el vencedor de mi destino;

De mi alma, capitán.

Toni Lastra

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