La Moto y el Sidecar
Lorente y Lastra
(13/11/12)
Capítulo XX
LOS PLACERES DE LA VIDA
A veces el corredor
que se somete a las mayores disciplinas de la vida; renuncia a cuantas
tentaciones diarias se le presentan, y se pregunta si realmente vale la pena
llevar esta vida de eremita, por alcanzar el premio de una marca que a nadie
interesa o ser el más rápido de su escalera. Escasas recompensas realmente para
tanto sacrificio, por ello siempre he mantenido que: “Correr, mal llamado entrenamiento, es sobre todo un acto de fe”
como decía Franz Stampfl.
Esa pregunta es
difícil de contestar, porque cada quien es cada cual y tiene sus propias
motivaciones y, como diría Bob Dylan: “la respuesta amigo, está en el viento”.
Unos lo hacen por salud, otros por vanidad, pues han pasado del anonimato de
sus vidas a ser unos personajes populares -que es algo así como la calderilla
de la fama- otros porque sus mejores amigos se unieron a la llamada del
aerobismo, un fenómeno socio deportivo que cambió la vida sedentaria por la
carrera diaria. Sea cual fuere la llamada a la carrera, personalmente creo que
ha elevado el índice de salubridad del ciudadano; tan sólo por esto vale la pena
ser corredor. Cómo o de qué manera o en qué magnitud, ya es cuestión de cada
cual.
Creo que hemos pasado
en poco tiempo, de la ignorancia atlética de la gran mayoría a un conocimiento
abrumador. Todos usamos ahora vocablos inauditos: aerobias o anaerobias,
fartleks, interval training, VO2, índices de grasa… y nombres de músculos que
ni tan siquiera creíamos tener: bastos, sartorios, fascias latas… y dolores
nuevos: periostitis, osteopatías, condromalacias…
De repente, en función
de esta santa cruzada de la salud y el correr como máximo valedor de ella,
hemos caído en actitudes extremas, obsesiones de marcas, competencias y excesos
propios de profesionales. El corredor fluctúa entre la filosofía del marqués de
Sade: “Todo lo excesivo es bueno”. Al
otro extremo, Henry David Thoreau
(Filósofo trascendentalita norteamericano, primer ecologista) preconizaba una
vida sencilla, espartana en comunión con la Naturaleza. Su frase lapidaria era:
“Quien compra lo superfluo, acaba
vendiendo lo necesario”. Y a nadie parece interesarle el consejo: Que en un
término medio consiste la virtud. Mi mujer me solía repetir: “Tú has de ser calvo o pelut”. Tenía
razón, pero es que a mí nunca me interesó aquello de la feliz mediocridad.
El corredor ha
incorporado a su vida hábitos saludables de gran valor, lo que sucede que en
muchas ocasiones, es que su disciplina le lleva fanatismos que en nada tienen
que ver con su rol de corredor popular, y resulta patético verles actuar y
hablar como si fueran estrellas del atletismo.
Dicen los gerontólogos que de los cinco sentidos corporales, el último en deteriorarse es el del paladar, o sea, el del gusto. Lo cual es una bendición que debemos aprovechar en ausencia de otros sentidos que llenaron de placer nuestras vidas, como el tacto, el oído, la vista y el olfato. He conocido a corredores en el que todo su interés en conservar una disciplina en la carrera diaria, era por poder comer cuanto más y mejor. Era gente que no sabía distinguir el apetito del hambre; a continuados excesos en la mesa, a comidas pantagruélicas, habían atrofiado sus papilas gustativas. Eran incapaces de apreciar un buen bocado, la cantidad era lo importante. No corrían por otra razón.
Dicen los gerontólogos que de los cinco sentidos corporales, el último en deteriorarse es el del paladar, o sea, el del gusto. Lo cual es una bendición que debemos aprovechar en ausencia de otros sentidos que llenaron de placer nuestras vidas, como el tacto, el oído, la vista y el olfato. He conocido a corredores en el que todo su interés en conservar una disciplina en la carrera diaria, era por poder comer cuanto más y mejor. Era gente que no sabía distinguir el apetito del hambre; a continuados excesos en la mesa, a comidas pantagruélicas, habían atrofiado sus papilas gustativas. Eran incapaces de apreciar un buen bocado, la cantidad era lo importante. No corrían por otra razón.
Y como despedida, les
contaré un chiste que nos demuestra la importancia de no precipitarse jamás en
las decisiones.
EPÍLOGO
Un día un muchacho
les confesó a sus padres que, después de mucho pensarlo, había tomado la
decisión de entrar en un convento de clausura para dedicar el resto de su vida
al silencio, la oración y la adoración a Dios. Trataron de hacerle ver los
padres la trascendencia de su decisión, pero no hubo forma de que renunciara a
su vocación.
Para contraer los
votos, el Padre Prior le dijo que el silencio era de obligado cumplimiento y
que para conseguirlos tan sólo recibiría una visita cada dos años y en ella no
podría decir nada mas que dos palabras. Los padres compungidos abandonaron el
Convento y regresaron al primer bienio. ¿Cómo lo estás pasando hijo mío? Le
preguntaron. A lo que él contestó: “Cama
dura”. Volvieron a los otros dos años y su madre le hizo la misma pregunta. ¿Cómo lo estás pasando hijo mío? Y
él contestó: “Comida fría”. Volvieron
de nuevo al cabo de dos años y su madre le hizo la misma pregunta: ¿Cómo lo
estás pasando hijo mío? Y él contestó: “Me
voy”.
La moraleja sería saber si ante cualquier
decisión de importancia, tendremos la
suficiente capacidad y fuerza de voluntad de poderla cumplir.
Toni Lastra
Toni Lastra
ResponderEliminarElena CoSha
Totalmente de acuerdo