La Moto y el Sidecar (6)
EL INSOPORTABLE OLOR
DE LA HUMILDAD CORROMPIDA
Comenzaré por contarles una anécdota atribuida a Don Miguel
de Unamuno, al cual le dedicaban un homenaje que presidía su Majestad Alfonso
XIII. Cuando comenzó su parlamento Don Miguel dijo: Muchas gracias por este
homenaje que tanto me merezco, palabras estas que fueran acogidas por siseos
del auditorio. Don Miguel, impertérrito continúo su discurso hasta el final con
la naturalidad y maestría que le caracterizaba. Nada mas finalizar el mismo, Don
Alfonso le dio la mano y en tono afable le comentó: Don Miguel todos los homenajeados comienzan sus discursos diciendo:
muchas gracias por este homenaje que no me merezco. La respuesta del genial
filósofo fue inmediata: Es que ellos
tienen razón Majestad y añadió: La
humildad consiste muchas veces en transigir con la mentira.
Hay una frase que la tengo siempre en mi mente como el
corolario del corredor competidor, porque por mucho que filosofemos sobre la
carrera a pie solo hay dos formas de correr, correr sin otro motivo de
preocupación, correr por correr, o correr por vencer, o correr por ganar que
como decía el entrenador de fútbol americano Vince Lombardi: Vencer no es que sea importante, es lo único
importante. O por buscar alguien más próximo, Luis Aragonés: Hay que ganar, volver a ganar, siempre ganar.
Por ello, por favor no me hablen de la humildad, no tengo
ninguna pretensión de tener una parroquia a mi nombre, ni figurar en el
santoral. Cuando competía, los rivales con los que luchaba podían ser mis
amigos, pero solo cuando acababa la competencia: En la carrera, el único
sentimiento que privaba en mi era vencerlos y por la mayor diferencia posible.
Cierto que era un vanidoso en este aspecto, mis hijos me lo
recuerdan constantemente. La vanidad es el algo que arrastra el triunfador,
mientras que el perdedor no le queda más remedio que ser humilde. Alguien dijo
que la humildad era el pecado de los mediocres. Les contaré un pasaje de mi
vida de corredor, que conocen muchos de mis colegas y amigos.
Fue en una de las primeras Maratoninas. Estábamos más o menos juntos el grupo de los
posibles vencedores de nuestra división, y faltarían un par de kilómetros para
llegar al Parque Sindical, cuando de improviso nos adelantó un corredor, con el
que me unía una buena amistad, pero era evidente que esa posición no era la que
le correspondía. Una vez nos rebasó, se volvió hacía mi congestionado como un
pulpo hervido, balbuceando una sarta de insultos, pude entenderle que ya tenía
ganas de vencerme. Estaba tan sorprendido, que en un principio creía que se
trataba de una broma, pero no era tal, su rostro crispado y sus ademanes no daban
lugar a otra especulación. Aquel tipo que siempre consideré mi amigo, era mi
peor enemigo oculto.
Se marchó como alma que lleva el diablo y me quede tan
estupefacto que estuve a punto de retirarme. Me sacó de ese colapso José Román
Moreno ¡Vamos a por él Toni! Y sacando fuerzas de donde no las había
y con su ayuda logramos pasarlo a unos diez metros antes de la línea de meta,
que él debía considerar el umbral del Reino. No se acercó a darme la mano y se
perdió rápidamente entre la multitud. Cometió dos errores, darse por vencedor
sin haber cruzado la meta y darse a descubrir como enemigo, porque el mundo de
las carreras no se acababa ese domingo.
Es muy difícil de aceptar que el rol del corredor
competidor, ve a sus rivales como enemigos. En carrera el que va delante hay
que eliminarlo y a ese afán hay que entregarse, pero al finalizar la prueba
todo debe quedar olvidado, el competidor vuelve a su personalidad y no recuerda
la derrota como un agravio, y se aplica en mejorar, consciente de que de los
errores se aprende. No vale el recurso de la humildad, ni en la derrota ni en
la victoria, pero aún mucho menos en la derrota, por que no hay peor olor que
el de la humildad corrompida. Hay en otros aspectos, en que la humildad es
necesaria, como decía Bill Rodgers: Demasiada
humildad es como demasiada tarta de manzana, comienza a hacerse pesada.
Para vencer hay que tener fe en tus propias valencias y por
lo tanto aceptar sin reservas que la victoria y la derrota son inherentes a la
competición.
Steve Prefontaine aseveraba: Que era muy difícil que perdiera en una competición, pues era el que
mejor soportaba el dolor. Derek Clayton: La diferencia entre mi record del mundo y tantos otros corredores de
categoría mundial consiste en mi fuerza mental. Corría mas creyendo en la mente que en la materia. Tony Sandoval: Al final de una carrera, cuando necesitas
algo mas para vencer y tus músculos están sumergidos en un océano de ácido
láctico y tu cuerpo te susurra, que ganar no es tan importante, solamente es tu
voluntad la que te puede salvar del trance.
Y quizás el ejemplo más alentador del poder de la mente nos
lo dio Douglas Wakiihuri, vencedor en el Maratón de Nueva York, en 1990.
Wakiihuri, nacido en Kenya y entrenado en Japón añadió: Que su forma de correr no podía separarse de su búsqueda de las
verdades de la vida.
Créanme, correr es algo tan sencillo, un deporte tan poco técnico,
que no es necesario amargarse la vida cuando nos vencen ni envanecerse en las
victorias, démonos por satisfechos, porque la providencia nos permita
consolarnos con la satisfacción de poder correr todos los días.
Toni Lastra
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