Si ustedes han
tenido la santa paciencia de haber seguido en Las Provincias, durante
veinte años, mis más de mil columnas bajo el título de La columna de Andrópolis, que derivaron en una selección de las
quinientas ochenta y una mejores, en los tres libros que componen la trilogía.
Editados, por Arthax, el Ajuntament de
L´Eliana y la Fundación Bancaja, habrán observado la de veces que he tratado
los temas de La Ilíada y La Odisea de Homero, y de la figura de Ulises,
vencedor de Troya, que después de diez años de lucha acomete la conmovedora
historia del retorno a su isla de Ítaca, para pasar el resto de su vida junto a
su mujer y su hijo. Deseo que demorará aún diez años más pero que es el lugar
adonde Ulises ansía regresar de verdad, donde le espera la fiel Penélope y su
hijo Telémaco, a quien Ulises no ha visto jamás. Para Ulises, la necesidad de
su retorno para llevar a cabo su venganza con mano firme y sin piedad contra el
insolente cortejo de los pretendientes a Penélope, que intentan convencerla de
la muerte de Ulises.
La
Odisea narra ese regreso de Ulises a Ítaca, tal como se contiene en la epopeya
universalmente conocida del poeta griego Homero. Nos cuenta la historia de un
hombre que, según parece, vivió hace más de 3000 años y, aunque esta historia
está llena de calamidades, la verdadera figura de Ulises (también traducido
como Odiseo) consiste en que ha persistido como el símbolo de la tenacidad y la
capacidad de supervivencia (dos condiciones sin las cuales difícilmente se
puede llegar a ser un gran maratoniano). Hay otra referencia al atletismo, en
el Poema VIII. Los feacios dan una fiesta de
despedida a Ulises, se celebra una competición de lanzamiento de disco y
Ulises sorprende a todos con sus lanzamientos. Homero nos presenta siempre a Ulises
como un hombre anhelante de regresar a su patria. Pero es tal la importancia de
sus hazañas, que el vocablo Odisea, desde la más remota antigüedad se ha
reservado siempre para aplicarlo a viajes desconocidos y peligrosos.
No
teman no voy a narrarles la Odisea, ya se encargó de eso Homero, que era un
poeta griego cantor y ciego. Pero para los que no tengan mayor afición a la
literatura, les transcribo aquel pasaje de la Ilíada donde Helena contestó así
a la pregunta del rey Príamo de Troya que al contemplar desde una torre el
asedio de los jefes griegos a la ciudad. “¿Quién es aquel hombre, menor en
estatura que el Atrida Agamenón, pero de espaldas más anchas, que asemeja a un
velloso carnero en un rebaño de ovejas blancas?”. La bella Helena (cuyo rapto
por Paris, fue la posible causa de la guerra de Troya, algo que desmienten
algunos historiadores, aduciendo que fueron los griegos los que aprovecharon
esta oportunidad para validar los motivos para invadir Troya, por la feracidad
de sus tierras y la riqueza de sus minas) respondió: “Es el astuto y sagaz
Ulises, el rey pobre de la pobre isla de Ítaca”.
Pero Ulises
el héroe de nuestro poema y una de las figuras claves de la Ilíada es más; si
nos fijamos en los epítetos que le aplicaron los que le trataron, oscilan entre
el odio y la admiración. Unos le llamaban “El retoño de Zeus”, “hombre de gran
prudencia” “el del corazón audaz”. Por otra parte es el mismo Agamenón quien le
llama “Hombre versado en artimañas malignas, atento siempre a las ganancias”,
el héroe Aquiles lo desprecia y le llama “el de las muchas astucias” “el que
guarda una cosa y dice otra” La maga Circe dice de él: “Es tal el espíritu que
alberga su pecho, que resulta imposible hechizarlo”
Pero
ante todo este referente contradictorio, Ulises es el mito pre homérico sobre
la ascendencia del héroe. Su abuelo, en efecto, era el ladrón consumado y
salteador de caminos Autólico, hijo a su vez de Hermes, dios de los ladrones.
Pero no es sólo ese baldón referente a su abuelo y bisabuelo, en lo que se
refiere a los ardides y tretas. En las historias referentes al ladrón Autólico,
se encuentran alusiones a Laertes, padre de Ulises, el cual cuando fue a pedir
a Autólico la mano de su hija, ya estaba embarazada de Sísifo, al que emulaba
en tretas y fingimientos hasta tal punto que acordó un compromiso con Sísifo de
hospedaje e incluso le concedió engendrar a su hija Auticlea.
Pero
volvamos a Ulises el destructor de Troya.
Y así comienza La Odisea, el
cantor y poeta Homero le dice a la musa:
“Cuéntame,
musa de aquel varón, de múltiple ingenio, que anduvo
peregrinando muchísimo tiempo, destruida ya la
sagrada Troya.
Vio las ciudades y conoció las costumbres de muchos
hombres.
Y en el mar padeció incontables y grandes
calamidades” (I, 1-4)
A partir de ese punto Homero canta las
aventuras de Ulises en su regreso a Ítaca en la Odisea, el más bello libro de
aventuras que jamás se haya escrito, con un estilo literario trepidante, casi
cinematográfico, Homero va cantando sus poemas donde el héroe vive las
aventuras que mantienen cautivo al lector.
La obra consta de 24 cantos, todos ellos
llevados por el hilo conductor de su regreso a Ítaca, constituye una aventura
que hubiera firmado el mejor guionista del cine de aventuras. Parecen
inconexos, pero todos y cada uno de ellos nos va llevando hacia ese final en
que Ulises regresa a Ítaca y disfrazado de mendigo acude a la cena que la fiel
Penélope ha preparado, una estratagema más para demorar su consentimiento de
boda con alguno de los pertinaces pretendientes. Se desposará con el
pretendiente que tense el arco de Ulises y haga pasar la flecha por una fila de
anillas. Uno tras otro fracasan todos los pretendientes, hasta que Ulises
despojándose de sus harapos de mendigo, de un salto tensa el arco de Ulises, su
propio arco, y dispara sus flechas de forma que atraviesen la fila de anillas,
prueba que había ordenado Penélope. En plena cena los pretendientes intentan
disparar el arco de Ulises pero ni tan siquiera consiguen tensar sus cuerdas.
Es el momento que ha estado esperando Ulises durante tantos años y arrebatándolo
de las manos de los usurpadores. Hace pasar la flecha por las anillas, lo tensa
y flecha tras flecha va dando muerte a todos ellos. Manda después a sus criados
que lancen su cuerpo a los estercoleros y al más rebelde de ellos, hace cortar
su cuerpo a pedazos y tirarlo a los puercos.
Parece
que por fin ha finalizado con todas las adversidades, pero los familiares de
los pretendientes toman las armas contra él y se ve librando de nuevo feroces
batallas contra sus enemigos.
Hasta
que Atenea la Diosa de los glaucos ojos, la protectora de Ulises se le apareció
en medio de la cruenta refriega y le dijo a Odiseo:
¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo,
fecundo en ardides! Detente y haz que termine esta lucha, este combate
igualmente funesto para todos: no sea que el largovidente Zeus Cronida se enoje
contigo.
Así
habló Atenea la de los glaucos ojos, y Odiseo, muy alegre en su ánimo, cumplió
la orden. Y luego hizo que juraran la paz entrambas partes la propia Palas
Atenea, hija de Zeus, que lleva la égida, que había tomado el aspecto y la voz
de Mentor, y anima a los itacenses a llegar a un pacto para que juntos vivan en
paz en los años venideros, logrando por fin Ulises la vida que anhelaba al lado
de su esposa Penélope y su hijo Telémaco.
Toni Lastra
Xavï Ballesteros
ResponderEliminar"Me ha encantado"
Alejandro de Ancos
ResponderEliminarsiento admiración por Toni desde hace muchooooos años y varias cosas en común tenemos. Una de ellas, esta desmesurada afición por la Grecia Clásica donde me veo una vez mas felizmente superado y recibiendo lecciones. Abrazos para l'Eliana y sus gentes buenas desde la brumosa Langreo